miércoles, marzo 25, 2009

Lo que hacen las intolerancias tontas

Esto lo vi donde Sofía, y lo comparto con ustedes, trata de esas relaciones que terminan por malos entendidos, por orgullos y demas razones aparentes

dejaré el trackback

Ci vediamo

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Por sofia.acalantide el 8 de Agosto 2008 9:28 PM

“Si tú no te das cuenta de lo que vale
El mundo es una tontería
Si vas dejando que se escape
Lo que más querías”

(Canción: “Echo de menos”. De Kiko Veneno)


He escuchado muchas variantes de la misma historia:

Pepito y Pepita se aman, son el uno para la otra y viceversa, la pasan muy bien, proyectan la vida junt@s, quieren compartir casa, carro y beca, tener descendencia, caminar de la mano por un parque en la vejez… Pero pasa algo, que los hace disgustar (un asunto externo: la incómoda aparición de un o una ex, un problema en el trabajo, una diferencia en un tema político, etc., o una tontería: no se dio cuenta que me pinté el pelo, no se acordó del cumpleaños de mi mamá, manchó el cojín del carro, etc.). El lío no es el fin del mundo, tiene solución, pero Pepito está indispuesto y le dice algo feo a Pepita. Entonces Pepita se molesta y ya no le deja el mensajito que solía dejar cada mañana. Pepito, a su vez, se molesta también e incumple una cita. Ella se siente ofendida y cancela el paseo del fin de semana. Él responde a ese gesto pasando la navidad con sus amigos. Para cuando intentan conversarlo, cada un@ ha acumulado una gran lista de reclamos y terminan más furiosos que antes. Dejan de contestarse llamadas. Se evitan en las reuniones sociales. “No podemos seguir así, debemos terminar”. Deciden vender las propiedades que tenían junt@s, y finalmente hasta ponen tierra de por medio en su afán por borrar esa historia de sus vidas.

Y va un@ a ver cuál fue el origen del triste desenlace, y se encuentra con que todo comenzó porque “ella me contestó feo” o “él estuvo muy raro en el cine”. El efecto “bola de nieve”, supongo.

Yo misma recuerdo claramente que una de las discusiones más fuertes por las que atravesó mi matrimonio tuvo origen durante un almuerzo de domingo, cuando él se comió la presa del pollo que yo quería. Finalmente no me separé por eso, ni crean, pero bien hubiera podido pasar, gracias a esas cadenas de malentendidos en las solemos embarcarnos.

Muchas veces ninguno de l@s implicad@s vuelve a pensar en el asunto, pero otras -las más-, cuando el mundo vuelve a girar y han pasado meses o años, un@ de ell@s mira al pasado, con la calma que no tuvo entonces, y se da cuenta del error. ¿Qué nos pasó? Lo lamenta, claro. Se arrepiente. Pero ya no puede hacer nada. Quedó atrás. Esa oportunidad se fue, para siempre.

Una relación de pareja, por intensa que sea, no tiene necesariamente que durar toda la vida -aunque puede suceder-. Y eso no es en sí mismo algo triste, como no es triste vivir sólo porque algún tiene que terminarse. Existen muchas razones de peso que pueden acabar con una relación, y de hecho las acaban. Lo verdaderamente lamentable, es que una historia de amor se termine por una estupidez que l@s amantes no supieron manejar. Que nos gane el orgullo y perdamos en su nombre la capacidad, no sólo de sentir, sino incluso de razonar.

Cuando se revisan esas historias, lo que puede verse es una gran exhibición de egos que nunca dieron su brazo a torcer, y que a fuerza de coleccionar pretendidos agravios, deciden “salvar” la honra y sacrificar con ello la vida feliz que bien hubieran podido tener en compañía de quien amaban. La gente termina separándose incluso con el amor vivo, latente, pero son incapaces de dar el primer paso, de ser l@s primeros en pedir disculpas, de reconocer el error, de retroceder.

Al pensar en esos casos, recuerdo a un tío del que solían mofarse porque en una ocasión alguien llegó a su tienda a comprar un esfero. Dijo que no tenía. El cliente le corrigió: “Si, mire, aquí lo veo en la vitrina”, pero el insistió: “Ah no, es que ese no se lo puedo vender porque me quedo sin mostrario”. ¿Para qué diantres quería un esfero en el mostrarlo si no estaba dispuesto a venderlo?

La misma tontería terminan haciendo estas parejas: cada miembro sostiene su posición hasta el final, ninguno da su brazo a torcer, porque “yo tengo la razón”, “yo soy el ofendido”… y al final, cuando finalmente ganan la batalla, han perdido la guerra. ¿De qué les sirve “salvar el orgullo” si se les va en ello lo que más querían?

¡Valiente gracia!


Sofía
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